Viernes 29 de Abril del 2011
Un clima pintado de gris ha tomado posesión de los cielos que irremediablemente se han tornado fríos y un tanto nostálgicos aquí en París. No puedo decir que me desagrade, de hecho si he de ser claro te diré que de todos los humores que puede adoptar un cielo, este para mi es el mejor y si le sumas una leve llovizna como la que se ha dejado sentir, se vuelve sencillamente insuperable.
Caminar con una buena… dos buenas chamarras (y un sueter) y el cuello bien cubierto, dejando que el viento revuelva mi cabello, una sensación que tiene gran influencia, aunque esto suene infantil, en el hecho de habérmelo dejado crecer. Mis manos en los bolsillos de aquella chamarra de piel que cargo a todas partes conmigo y mi mirada distraída sin decidir en qué lugar posarse pues todos son igual de encantadores. Así es como deambulo en estos días fríos en que se ha revelado a mí de un modo distinto la ciudad luz, como si solo hubiera cambiado de atuendo, se hubiera puesto un vestido más vaporoso y a mi gusto sensual, me coquetea y me invita a recorrerle con nuevo entusiasmo.
Caminar se ha vuelto mi entretención preferida, puedo vagar horas y horas por la ciudad sin una meta clara o sin un destino fijo, solo caminar, meterme a las callejuelas que van apareciendo, seguir cúpulas o torres que veo asomarse por arriba de los edificios aunque no siempre logro cazarlas y termino preguntándome en qué momento vire… o en qué momento no vire y me salí del curso que me hubiera llevado hasta ellas.
Uno puede deambular sin sentido alguno y ni necesidad hay de tener un tan siempre solícito “iPod” porque aquí las calles son musicales, siempre hay un acordeón sonando o un trió de cuarentones interpretando un blues, o en el caso particular del puente que conecta la Ile de la Cité con la Place de Gréve; Una gaita. Incluso si yo fuera un parisino transeúnte o uno de esos turistas que se han topado conmigo cuando me ha nacido el impulso de ocupar uno de estos lugares de los que hablaba, podría incluir a la lista un latino de cabellos largos y guitarra negra.
Cuando voy caminando por las calles puedo ponerle atención a tantas cosas y a ninguna al mismo tiempo y cuando de vez en vez me encuentro en la plaza de la Bastilla frente a la columna de Julio o llego sin darme cuenta a Les Innvalides me encanta detenerme con el tiempo y la calma que quien se topa con aquellos monumentos por primera vez. Así lo hacía en México, así lo hice en Israel y así lo hago aquí, no hay monumento o lugar en general al que no se le pueda descubrir algo nuevo aunque se le visiten un sinfín de ocasiones. Incluso el arco del triunfo del que debo confiarte a modo de pública y escandalosa confidencia que no me gustó. Demasiados carros pasan a su alrededor sin pausa, demasiados locales modernos, McDonald’s, cines y boutiques de moda. Todo aquello que solo podría considerar contaminante visual y que me hace perder, zambullido entre tanto bullicio de vendedores, motores y calles de cristal al pobre monumento que no tiene la culpa. Sin embargo aun sabiendo yo que no se ve de ningún modo afectada la naturaleza del arco por la intervención de la modernidad y aunque soy perfectamente capaz de extraer a Wally del apretujado conjunto y encontrarlo en cada página y rescatarlo una y otra vez. No lo hago, simplemente no me ha gustado la rotonda que da fin a los campos elíseos y de eso tengo todo el derecho. Le doy una ojeada, a veces le concedo una revisada desde el interior pero me marcho pronto y sin mayor retraso porque no alcanza a despertar mi interés.
En contraste puedo pasarme todo un día sentado frente a la catedral de Notre Dame y revisar gárgola por gárgola, santo por santo, vitral por vitral, por dentro, por fuera, de arriba abajo. El color de la piedra me fascina, a las dos torres las encuentro fantásticas, la celebración de la misa polifónica es sencillamente y fenomenal y que decir tan solo del brígio recital de órgano que tiene lugar periódicamente y que le pone a uno los pelos de punta. Todos los visitantes salen impresionados de una u otra manera y no hay nada que se compare a la experiencia que tuve el otro día en que me encontraba estudiando la fachada delantera con su número infinito de adornos, imágenes y grecas., de repente y sin un aviso previo un humanito de no más de cinco años de edad sale disparado frente a mí en busca de su madre y replica – ¡Aaaay!,¡Mamá, ese está cargando su cabeza!- En efecto, uno de los santos que flanquean la puerta, de las tres frontales la izquierda, tiene la cabeza colocada en sus manos a la altura de la cintura. En cuanto eso sucedió alce la vista en busca de la imagen de nuestra santa madre y en silencio o en un susurro, ese detalle no lo recuerdo con precisión, le agradecí que el niño hablara español pues seguramente no me hubiera dado tanta risa si hubiera sido en cualquier otro idioma, cabe incluso la posibilidad de que no lo hubiera podido entender así que benditos sean los pueblos de habla hispana y consolado sea el pobre niño que encontró shockeante el hecho de que hubiera cabezas cercenadas entre los miembros de la corte celestial.
El mundo sigue girando mientras yo paseo y me delito de las mas exquisitas rapsodias arquitectónicas que tienen lugar siempre que se mezcla lo actual con lo pasado y este lugar tiene un estilo marcadísimo que sabe a un dieciochesco siglo XX, negado a perder el tono monárquico decadente y revolucionario naciente que le dio el apelativo de ciudad luz gracias a los ilustrados… y porqué no, también pensar que tuvo que ver el destello de la hoja de la guillotina al caer inclemente e imparable como María Antonieta lo descubrió cuando se le recetó y que resolvió sin lugar a dudas aquella caspa que le aquejaba y que no le volvió a molestar jamás.
Según platicaba y entre líneas leía de acontecimientos recientes, el Príncipe “Memo” de Inglaterra como lo llamó mi hermana celebraría su boda hoy mismo y de eso yo ni enterado estaba, solo había visto en las calles sus dientes en la portada de una revista que en letras grandes anunciaba “Un Amor a la Inglesa” o alguna estupidez por el estilo y no es que su dentadura fuera el tema del artículo, sino que no puedo pensar en otra cosa cuando veo su rostro y eso que estaba acompañado en la imagen, de una dama nada despreciable… ¡pero es que sus dientes son enormes!
En fin, me he aislado, de no ser porque mi reloj de pulsera tiene contador de días varias veces no sabría que día es. Es mas, tener el contador de días de ningún modo garantiza que sepa que día es ahora que lo pienso con calma, Mi referencia más elocuente es la sinfonía que esté cantando mi estomago según la última vez que ingerí alimento. No me apura demasiado, algo siempre surge, Dios siempre provee y la gente buena siempre se deja ver y realmente no me aflige ni angustia demasiado la comida pues o algo aparecerá o llegaré a México a desquitarme pero la entrada de dinero es indispensable, ya ha pasado todo un mes menos dos días y no he entrado al Sacro templo inmaculado del Louvre, perdón por la devota expresión pero es que no encuentro en el mundo un lugar que considero más digno de ser visitado y citando a Lestat de puño de Anne Rice; “Los reinos se alzan y caen, que no se quemen los cuadros del Louvre… eso es lo importante”.
Ese es mi pendiente y el rompecabezas que creo que aun tengo tiempo de resolver, lo demás es lo de menos. Te dejo, pues mi intención es terminar de escribir hoy o nunca lo leerás, cuídate y ora por mí. Un buen humor me animaba hoy mientras escribía y espero que eso te haya ayudado a disfrutar la lectura, nos vemos la próxima vez que nos veamos o en su defecto me encontraras en mis líneas cada que me busques en ellas.
Desde París
Portami Via